
Me despido de tí, dulce y pequeño corazón. Si quieres ver a través de mis ojos, a través de mi alma, si quieres contemplar toda una vida de soledad, la puerta ya se ha cerrado para siempre. No puedo hallar la voluntad para escribirte estas palabras, a ninguno de ustedes en realidad. Anduve durante tanto, tanto tiempo buscando una luz, un halo de tranquilidad que pudiese calmar esta horrible abrasión que me consume. No me queda mucho tiempo. Nunca tuve mucho tiempo. O nunca supe aprovecharlo. Si hubiese alguien, allá afuera, en el ancho, vasto y viejo mundo que estuviese esperando por mí, que quisiera abrazarme con algún sentimiento ajeno a esta bestialidad, yo no hubiera hecho lo que estoy haciendo ahora. Lo siento, en verdad lo siento. Pero no debería lamentarlo, porque sé que ninguno lo lamentará tanto como yo. Todos ustedes deseaban que esto sucediera, todos ustedes me habían cerrado las puertas. ¿Cómo esperaban, entonces, que yo pudiera respirar? ¿Cómo esperaban que gritara en esta habitación tan solitaria, tan oscura? No, ustedes ya sabían lo que iba a suceder, y gozaron con una satisfacción tan pura, tan infinitamente dulce, el término de mis fuerzas. Se reían de mi dolor, se burlaban de mis lágrimas. Sé que no querían detenerse, pues el entretenimiento era tan grande, tan burdamente pleno. Y ahora entiendo lo que soy. Soy un títere, una mascota, un muñeco que debe bailar hasta el cansancio en éste eterno show escénico. Y ante ustedes, multitud mímica, multitud silenciosa, se alza un aliento celestial que los hace levantarse de sus asientos. En esta infinita Tragedia, por encima de todos ustedes, por encima de todos nosotros, llegará el alma redentora, aquél monstruo que se alimentará de mí de una vez y para siempre. Y aquí, en este momento debo incluir las palabras, debo levantarme y gritar, y hacerles ver a todos la verdad, debo liberar una vez más, como último esfuerzo de libertad, aquél Canto final. Debo pronunciar, por fin, las palabras, aquellás célebres y terminantes palabras: Ésta es la tragedia Hombre, y su héroe el Gusano Triunfante. Ahora esperaré por él en los senderos de la Noche. Mientras tanto, y otra vez, me despido de tí, dulce y pequeño corazón.
"Por fin estoy aquí de nuevo. He vuelto tras siglos de dolor y soledad, aquí, al lugar que solía ser mi hogar. Pero al verlo no puedo evitar estremecerme. El tiempo ha hecho estragos, no sólo aquí, sino en mí. Por primera vez he podido verme en el espejo, y no me ha gustado nada lo que he visto. Ha desaparecido todo, cuanto había, si es que había, de la inocencia y la pureza de mi alma. No, esos ojos ya no son míos, esa mirada de profunda resignación no me pertenece. La soledad, al fin, se ha apoderado de mí, y sus surcos de dolor me han marcado sin piedad. Y ahora que veo, este lugar tampoco me pertenece. Es ya una reliquia, una ventana al pasado, la reminiscencia de algo que una vez fue y que ya nunca volverá a ser. Me siento ebrio, la melancolía no me deja respirar. ¿Por qué, sí, por qué todo esto que solía ser mío ahora me parece tan ajeno, tan distante? ¿Por qué todo me resulta ahora sólo un vago recuerdo perdido en las lejanías del tiempo? ¿Cuándo he llegado a perder la noción del tiempo? En realidad, no lo sé. Y ahora permanezco mis días encerrado, recordando, regresando a los tiempos felices, en donde todo era fácil, y todo parecía estar al alcance. Ese lugar donde yo, por mí, era feliz. Una felicidad arcana, pero felicidad al fin. Ahora estoy aquí, solo, lamentándome por no tenerte conmigo, y por tampoco tenerme conmigo. Me he perdido, ya no sé quién soy. Y en verdad, ya no quiero ser nadie. Sólo quiero que el dolor se desvanezca, quiero que me dejen solo. Al fin y al cabo, he estado siempre solo, aunque haya intentado hasta el fin de mis fuerzas por creer lo contrario. No puedo tenerte, no puedo tenerme. Por favor, alguien acabe con mi dolor..."


El caballero la observó allí, recostada sobre aquella alta cama revestida con pétalos de rosas, tan hermosa, tan silenciosa, tan misteriosa. Dejó su espada junto a su armadura en el suelo, bajo la ventana de la torre. Supo qué hacer en ese momento, le habían dicho lo que debía hacer en ese momento, pero no quiso hacerlo. No pudo hacerlo. Paso sus pálidas manos por sobre el pálido rostro de ella, acariciándolo, sintiendo la suave textura de su maravillosa piel. Sus dedos rozaron los labios de la joven, y el caballero quiso posar los suyos sobre ellos. Pero se contuvo. Sabía que si lo hacía, ella despertaría de su sueño alguna vez eterno, y todo habría acabado. En su lugar, continuó con sus caricias y sus manos recorrieron todo su cuerpo. Ella dormía, siempre dormía. Las horas pasaron, y la fogosidad del excitado caballero se iba extinguiendo a medida que se acercaba el alba. La pasión lo consumía como nunca lo había hecho antes y el dulce placer le hacía olvidar la espada manchada con sangre -ahora ya seca- que yacía tirada en el piso. Ella dormía, siempre dormía. El hombre sintió cómo su espíritu se regocijaba con cada embestida de su cuerpo contra el de ella. Su respiración agitada retumbaba en todos los rincones de la habitación. El fuego de la chimenea estaba apagándose. Las primeras luces del amanecer entraron por la ventana, y el caballero soltó un grito de satisfacción, mientras sentía cómo su cuerpo llegaba a la máxima expresión de placer. Descansó un momento sobre ella, y luego se levantó para observar el Sol asomándose por la ventana. La dulce voz de ella se oyó entonces en los débiles oídos de él. "¿Por qué no me has besado?", pronunciaron. Él quiso voltearse para ver a la bella joven levantarse de la cama revestida de rosas. Pero para entonces ya era demasiado tarde. Ella había tomado la espada del caballero con sus débiles manos, y se la había clavado en el costado del torso. Era una herida mortal. Cuando él acabó de desangrarse, con toda paciencia arregló ella el cadáver. Le seccionó los genitales, le cortó las extremidades, y arrojó todas las partes a la hoguera. Y el fuego se avivó entonces. Y flameó con un gran esplendor. Y flamearía así por mucho, mucho tiempo. Ella regresó a su cama, al eterno sueño en su lecho de rosas, esperando el beso de su verdadero amor. Ese que la rescataría de sus tormentos.
¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me ignoras, o me restas importancia? Entiendo que no sabes en absoluto lo que siento por tí, entiendo que no estás al tanto de cuántas noche me he quedado despierto pensando en tí, y sé que nunca leerás esto, o que si lo lees jamás sabrás que está dedicado a tí. Pero veo que ya no quieres estar conmigo, que ya no te interesa hablarme, que ya no me diriges una sola mirada. Estoy cansado, cansado realmente de todo esto. Han sido largos, largos años de sufrimiento. Lo que siento por tí ya no es bello, ya no es dulce, ya no es maravilloso. Ahora me quema, y arden en mi pecho las iniciales de tu nombre. Me hiere y me duele sentir lo que siento por tí. Quiero acabar con todo el dolor, con toda la miseria. Y sé que aún así no lo entenderías, ni sabrías cúanto he sufrido por tí. Jamás podrás imaginarte el dolor que se apodera de mí al observar tu sonrisa, la expresión plácida de tu rostro, tus cabellos rubios, tu maravilloso cuerpo. Jamás entenderás el fuego que quema mi alma cada vez que escucho tu risa, tus comentarios, tu manera de hablar. Y tus ojos, ¡Oh, Misericordia! Tus ojos celestes, las dos cosas más hermosas que he tenido en vida frente a los míos. ¿De qué manera expresar el infinito deseo en que se funde mi ser al observar esos ojos tan perfectos? ¿Hasta dónde llega y llegará el profundo efecto que producen en mí cada vez que me miras? Pero todo esto nunca lo sabrás, porque sé que no lo entenderías. No quiero herirte como tú me hieres. Y si para que seas feliz debo separarme de tí para siempre, pues que así sea. Lo único que quiero es verte feliz. Dudo que el dolor de no verte nunca más pueda ser mayor que el dolor de tenerte frente a mí todo el tiempo. De tenerte, y nunca del todo, pues no me es posible hacerlo, y jamás lo será. Eso lo sé, desde hace mucho tiempo.
¡Basta! Necesito que te detengas. No puedo seguir persiguiéndote. No puedo continuar corriendo. Necesito descansar un segundo y recuperar mi aliento. Vamos, no me tengas miedo que no voy a hacerte daño, no aquí, en el medio del bosque. En este lugar soy sólo un vagabundo que necesita llegar a la verdad, y por ello necesito llegar a tí. No huyas más de mí. No me veas más como un monstruo. Por hoy, y sólo por hoy, no lo seré. Seré uno más, seré como tú. Por hoy, y sólo por hoy, seré tu amigo. Así como lo oyes, y no necesitas tenerme miedo, no hasta que nos hallemos muy lejos de este bosque. Ahora sí, siéntate junto a mí, aquí en esta roca, y cuéntame lo que te sucede. Quiero escuchar tu punto de vista. Quiero saber lo que sientes. Quiero conocerte. Por hoy y sólo por hoy, te escucharé atentamente y no diré nada sobre tí. Espero que lo disfrutes. Mañana, a primera hora, seguiré persiguiéndote, seguiré tratando de eliminarte del camino, de alejarte de este sendero. Más vale que no te alcance entonces. Pero por hoy, y sólo por hoy, te perdono la vida.
Por suerte, él se está elevando en lo alto. Siente el viento debajo de sus alas y la brisa fresca le acaricia las mejillas. Mientras vuela, allá arriba, nos ve a todos nosotros, aquí abajo, pequeños, insignificantes, pues ya no le importamos. Él ahora quiere sentir sólo la caricia del viento, y elevar sus alas, más fuertes que el fuego, hacia adelante, hacia los Cielos Nocturnos. La Eternidad es su destino, y él puede verla con sus bellos ojos. Él vuela sin que le importe nada de lo que le ocurrió aquí abajo, ni tampoco nadie a quién aquí conoció. Nosotros lo vemos alejarse, glorioso, esplendoroso, desapareciendo en el horizonte. No volveremos a verlo jamás. Cómo desearía llegar a volar de ese modo. Cómo desearía elevarme una noche más, y desaparecer en el horizonte, explorando los Cielos Nocturnos.
Pasillos, grandes pasillos vienen a mi memoria. Recuerdo observarlos con febril excitación y con una curiosidad que quemaba mi vientre. Ahora puedo asegurar que los exploré una y otra vez, que vi en el interior de cada uno, en el mundo que contenía cada una de esas habitaciones. Y en esos universos de vida conocí a muchas personas, muchas de ellas llegaron a ser muy queridas por mí, otras las saludaba con exuberante vivacidad, del resto me he olvidado el nombre aunque aún traen a mi cabeza momentos de alegría. Fueron las mejores épocas que he archivado en mi vida. Ahora he regresado, tras años de exilio, a ese antiguo y tan querido pasillo de antaño. Las cosas han cambiado mucho. El polvo y los años han desgastado las paredes, las puertas están cerradas con llave y debo golpearlas para entrar a cada habitación. Los que habitan detrás de ellas no son como solían ser. Han envejecido, se han vuelto antipáticos, y ya no me saludan como antes. Parece que ya no se acordaran de mí. Me echan miradas de recelo y de odio reprimido que me cuesta contemplar. Todo ha cambiado. Algunos de mis amigos han cambiado su modo de vida, otros actúan de formas tan diferentes que apenas reconozco que se trata de ellos. Otros han muerto. Unos cuántos se han suicidado. Ninguno es feliz como en los viejos buenos tiempos. ¿Qué ha sucedido con todos ellos? ¿Por qué el tiempo ha destruido con su pie arrasador todo a lo que yo le tenía afecto, todo lo que me interesaba, y todo en lo que creía? ¿Por qué las mareas de los años se han llevado todo lo que alguna vez conocí y me han traído esta realidad tan absurda y repulsiva? Esas cosas me pregunto, agazapado en mi cama, el único lugar en el que me siento a salvo. Aunque sé que no será por mucho.